Rss Feed
  1. ¡Esa manía de encasillar!

    sábado, 24 de noviembre de 2007


    Por: Johansson Cruz Lopera

    A veces, y es cada vez más frecuente, me convenzo más de que, por lo menos en el oficio del periodismo, la teoría entorpece un poco la práctica. Y esto lo digo casi que exclusivamente en lo que se refiere al Periodismo Narrativo
    o Nuevo Periodismo o Periodismo Literario. O como usted, lector, lo quiera llamar. Porque en el periodismo sencillo, elemental, ese del que Héctor Rojas Herazo dice: “el drama del periodista (…) radica en que, en sí misma, su tarea es un recomienzo”, en ese periodismo diario, de los grandes medios de comunicación, se requiere una teoría, que es además sencilla, para realizar una noticia o un informe, eso que en las escuelas de periodismo llaman pirámide invertida y cinco “W”, etc. Allí en ese ejercicio simple de capturar noticias de ese gran flujo de información actual y transmitirla, de convertirnos en esos vehículos, tal vez la teoría funcione, aunque a la larga termina siendo una tarea mecánica y sin ninguna magia.

    Al Periodismo Literario no le corresponde esa carga de academia. Le estorba. A esta literatura de No Ficción le competen dos cosas, una requisito indispensable de la otra: talento y disciplina. De allí que no existan abundantes cronistas. No todos los periodistas son buenos escritores y no porque no quieran, si no porque no pueden. No todos los músicos son buenos cantantes. No todos los que le pegan a un balón son eximios futbolistas. Se necesita talento. Pero tampoco todos los talentosos llegan a ser únicos y grandes en su arte sino tienen disciplina y conciencia de su ejercicio; y en el campo de la literatura de ficción o no ficción se requiere constancia y disciplina, tanto para escribir como para leer, que al final terminan siendo la misma cosa.

    Se preguntarán entonces quede alguna manera se tiene que aprender. Y es válida la pregunta: nadie nace aprendido. Gabriel García Márquez ha dicho en repetidas oportunidades que empezó a escribir cuando leyó La metamorfosis de Kafka, y es también repetido su discurso acerca de su incapacidad para la ortografía y recomienda leer novelas y cuentos para mejorar ésta y cualquier problema gramatical. El poeta chileno Pablo Neruda, cuando recibió el premio nobel de literatura en su discurso resaltó la importancia de encontrarse en las experiencias mismas y formar su propio conocimiento “Señoras y Señores: Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema; y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría (…) es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba (…) en aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema”. Ejemplos abundan, la última generación de cronistas colombianos entre los que se destacan Alberto Salcedo, Efraín Medina, Ricardo Aricapa, Cesar Alzate, Ernesto McCausland, Carlos Sánchez, Marianne Ponsford, entre otros; aprendieron influenciados por personajes como Juan José Hoyos, Germán Castro Caycedo, Álvaro Cepeda Samudio, Héctor Rojas Herazo; y éstos a su vez de los norteamericanos como Tom Wolfe, Trumman Capote, Norman Mailer, Gay Talese, Hunter S. Thompson, Jhon Reed, etc. Es decir, es toda una cadena que deja un legado valioso, que aparte de tener talento y disciplina y constancia hay que estar mirando hacia atrás y revisar qué hicieron los otros, leerlos y aprenderles. En la universidad no se aprende a escribir un reportaje, se aprende en las bibliotecas leyendo y en las calles con los cincos sentidos atentos.

    Fronteras borrosas

    En la actualidad hay discusiones interesantes en torno a la literatura, y como el periodismo narrativo hace parte de esa literatura, también le compete. La frontera cada vez se hace más borrosa entorno a los géneros literarios. Ángel Galeano, un escritor bogotano, dice “…Creo que esa manera de concebir el mundo corresponde a un atavismo judeocristiano que nos predispone a dividir todo entre bueno y malo, positivo y negativo, amigos y enemigos. Estamos predeterminados a clasificarlo todo y en esa clasificación nos dejamos llevar ciegamente no solo por la ignorancia que rige nuestro presente, sino por esa presión fantasmagórica del pasado que oprime nuestra vida de manera inimaginable”[1]. Y sí. Nos dejamos llevar por las clasificaciones, divisiones, subdivisiones y especificaciones y nos desenfocamos de lo realmente importante.

    Esas reglas rígidas no le dejan espacio a la innovación y es precisamente cuando se rompen esas reglas que surgen nuevas cosas, nuevos estilos. Tanto es, que en las escuelas de periodismo es un caos intentar definir crónica y reportaje; parecerá sencillo (y muy seguramente lo es) pero aún no hay una definición contundente de una u otra. Sólo hay una delgada línea que de lo delgada ya no se ve y que se debe borrar, por nuestro bien, como se debe borrar cualquier línea que divida un espacio literario de otro. Daniel Samper Pizano en su prólogo del libro Antología de Grandes Crónicas Colombianas dice “no vale la pena entrar en demasiadas consideraciones, definiciones y anotaciones para tratar de distinguir entre reportaje y entrevista, y crónica y reportaje”. Y no sólo no vale la pena el tratar de definir crónica o reportaje, novela o cuento o un poema ¿qué es un poema? También las definiciones más elementales hay que empezar por dejarlas, por que igual entorpecen el proceso de creación. Por esto no estoy de acuerdo con Juan José Hoyos cuando en su libro Escribiendo Historias trata de definir o emitir un juicio a cerca de los personajes y él resalta un valoración del escritor Étienne Souríau que define en seis “fuerzas” los personajes: El protagonista, el antagonista, el objeto, el destinador, el destinatario y el adyuvante.

    Comparto con el escritor antioqueño cuando dice “que el personaje es una pieza fundamental de una red de relaciones a la que pertenecen igualmente los lugares y los objetos que forman parte de la historia” parece obvio, es obvio, pero esto también hay que decirlo. En eso tiene razón. El personaje es fundamental dentro de la historia. Daniel Samper en su prólogo agrega “las mejores crónicas relatan historias con personajes bien definidos que luchan por superar problemas” ¡pero todos los personajes! Es decir, no debería existir una clasificación dentro de los personajes, porque todos son importantes, concedamos que unos quizás más que otros, pero todos son determinantes dentro de la historia, por que hacen parte del ritmo del texto, de su conflicto y resolución. El personaje que no cumpla una función determinante dentro del texto ¡pues no funciona! Sobra. No comparto la clasificación de protagónicos o antagónicos, porque todos en sus medidas tienen la importancia. También coincido con Juan José en el rigor que se debe tener para la construcción del personaje, y aquí se involucra otro elemento del periodismo “algunos jóvenes periodistas creen, a veces, que narrar es imaginar o inventar, sin advertir que el periodismo es un oficio extremadamente sensible, donde la más ligera falsedad, la más ligera desviación, puede hacer pedazos la confianza que se fue creando con el lector durante años” así, apasionado, lo dice Tomás Eloy Martínez. El periodista debe escribir a tal punto que hasta el más ínfimo de los detalles pueda ser comprobado.

    Hay diferentes maneras de construir un personaje o varios personajes y muy seguramente no habrá que leer tanta teoría alrededor del tema. Se aprende leyendo a los grandes escritores. Leyendo su obras. Las definiciones tienden a entorpecer el proceso creativo. Cuando escriba, no se preocupe por lo que está escribiendo, no lo matricule en ningún género ni periodístico ni literario. Simplemente escriba. Eso también suena obvio. Pero hay que decirlo.

    Finalmente, incluso los géneros literarios y periodísticos y sus clasificaciones están pidiendo ser reevaluados, y falta mucha discusión frente al tema. Como lo dice Gay Talese, en una entrevista con Robert S. Boynton, cuando éste le pregunta acerca de la corriente del Nuevo Periodismo: “Tom Wolfe, a modo de cumplido, me incluyó en el Nuevo Periodismo, denominación que nunca me gustó. El problema es que cuando escribes no ficción tienes que entrar en alguna categoría, o de lo contrario las librerías no saben donde poner tus libros. De ahí todos esos nombres, como “biografías recientes” y tal. Yo no quepo en ninguna de esas categorías. Sólo quiero escribir sobre la gente algo que parezca a un cuento, pero con nombres reales”.


    [1] Galeano, Ángel. Literatura y periodismo ¿Frontera borrosa? Literatura y periodismo. Comfama. 2006.

  2. ¡Adonay, porqué te marchaste Adonay!

    sábado, 27 de octubre de 2007

    "Es que me da pena empezar a ser viejo y pensar que la muerte ya pronto va a llegar" decía Roldolfo Aicardi mientras retenía en sus ojos las lágrimas que le provocaban los recuerdos. Discos Fuentes hace pocos años grabó un especial con Aicardi en el que se le veía viejo, acabado y con una gran tristeza. Sus ojos debían hacer un esfuerzo extraordinario para no llorar recordando sus viajes, sus éxitos, su historia.




    Murío uno de los recuerdos que yo tengo de diciembre. Murío en Medellín un ícono de la música tropical. Murío la voz que atraveso más de tres generaciones.

    ¡Muchas gracias Rodolfo!



  3. Consecuencias

    lunes, 15 de octubre de 2007



    La piel de no rozarla con la piel,
    se va agrietando.
    Los ojos de no cruzarlos con los ojos,
    se van cerrando.
    Los labios de no rozarlos con los labios,
    se van secando.
    El cuerpo de no sentirlo con el cuerpo,
    se va olvidando.
    El alma de no entregarla con el alma,
    se va muriendo.
    Bertold Brecht (Alemania)

  4. Uno vuelve siempre...

    sábado, 29 de septiembre de 2007

    Me crié en Castilla. De pequeño recuerdo que veía subir los buses por las empinadas calles del barrio mientras leía los cuentos de los hermanos Grimm, y lo que más me asombraba era que en el frente del bus, visible, estaba el inquietante título de “Tarifa: $90”. Me pregunté una y mil veces dónde quedaba “Tarifa” y por qué valía más que los $50 pesos que me daban para ir a la escuela. Pero las casas de chocolates, las brujas, los príncipes y reinos que me encontraba cada vez que abría el libro azul —edición pirata— de los hermanos Grimm, me sumergían en un mundo donde el precio para ir a “Tarifa” era poca cosa. Mis amigos, que nunca fueron realmente mis amigos gracias a mis inclinaciones literarias, me cuestionaban el hecho de que prefiriera leer a ir a jugar un picadito de fútbol con el combo de la otra cuadra; que apostar una carrera en “cicla” en el plan de la Iglesia de La María; que a jugar escondidijo con las niñas bonitas de la cuadra. Pensaba, en lugar de señores cargados de muchas cosas para vender de puerta en puerta, deberían existir lectores de puerta en puerta; en vez de ancianos con la Biblia en la mano predicando su interpretación de un libro, lectores de fabulas de puerta en puerta; en reemplazo de encuestadores a lo largo de la cuadra, lectores de puerta en puerta; lectores y más lectores y siempre lectores.

    El destino es así, por fortuna. Hoy soy un lector. Voy por los barrios cercanos al parque biblioteca La Quintana, cercana al barrio donde me crié, buscando gente que me escuche un cuento o un poema o el fragmento de un canto de Bécquer o de Neruda. Me la paso por las calles de la zona Noroccidental de la ciudad de Medellín motivando a jóvenes, niños, adultos y ancianos a que lean. Mi arma son unas hojas empastadas que un loco como Mejía Vallejo, Sabines, Neruda, Beneddetti, Balzac, Joyce, Carrasquilla etc., escribieron hace ya tiempo, sin saber que yo, Johansson, nacido en Medellín y aficionado a la lectura, los utilizaría como escudo para evitar el contagio de la ignorancia, el vacío intelectual y la mala educación de nuestra gente.

    Mi trabajo es hermoso. La costumbre es ley y ya de a poco se me acerca la gente y me pregunta qué les voy a leer hoy. En el parque lineal La Quintana la gente me ve y sabe que tengo algo grato que regalarles y se sientan a esperar que mi voz sea el instrumento para conocer la canción desesperada de Neruda o los amorosos de Sabines o las historias de don Manuel Mejía Vallejo.

    “Gracias por alegrarnos la tarde”, me dicen los viejos; “qué cuento tan vacano”, contestan los jóvenes; “qué poema tan hermoso”, suspiran las mamás; “qué trabajo tan bonito el que hace usted, joven”, me dicen los papás.

    Ya no vivo en Castilla, mi barrio es otro alejado de donde me crié, pero volver y de esta manera, con mis amigos los libros y ver la cara de la gente reír o asombrarse cada vez que termino de leerles y actuarles el cuento, es una de las cosas gratificantes de estos últimos tiempos.

  5. Ver llover...

    viernes, 28 de septiembre de 2007



    A Marcel René Gutiérrez

    Amigo, desde donde estoy, la ciudad se ve hermosa. Plena, quieta, amplia, loca y asombrosamente libre. Me tomo un café, de esos que a vos te gustan, dobles. El frió es penetrante, me llega hasta el tuétano. ¿Te acuerdas que desde hace varias semanas te he escrito que en Medellín llueve con violencia? Hoy la lluvia es diferente. Soy un buen amigo de ese concierto maravilloso que producen las gotas cuando golpean plenamente contra el asfalto, me libera, me siento alegre. Hoy tengo miedo, llueve con furia, con rabia, con un instinto criminal, asesino. Desde donde estoy, en lo alto de una montaña – de esas que rodean nuestro valle y que ahora son barrios – llamada, extrañamente, doce de octubre, la ciudad ya no se ve. Desapareció de mis ojos hace unos minutos. La niebla se robó mi ciudad. “No llores ciudad bonita, no sientas pena…”[1]

    Estoy asustado. La lluvia no da respiro, he perdido esta tarde de trabajo. ¿Te acuerdas que te conté de un amigo especial, que me acompaña desde hace poco en mi trabajo? El poeta, Jaime Sabines. Hoy me hace compañía. Pero estoy solo. Afuera, en estas faldudas calles, los carros se golpean unos a otros, si vieras el beso que se acaban de dar dos carros pequeños contra un bus. Yo creo que ganó el Renault 4. Los pocos curiosos que hay en las calles – siempre los hay – van a ser los primeros jueces de esa competencia, aunque Jorge, el que me sirvió el café doble, dice que el último juez es el azul, el guarda. Dudo mucho que se aparezca uno de ellos por estas alturas y con esta feroz lluvia. Abajo en el centro de esta ciudad las cosas no creo que estén mejor.

    Pero mientras espero, mientras veo impotente como este despiadado aguacero levanta techos y mueve de un lado a otro – como en son de burla – a los árboles; leo a Sabines. Necesito calmar el temor que tengo, no confío mucho en los frenos de un bus en estas circunstancias. Un sorbo de café y un párrafo del mexicano:


    Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
    Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
    Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
    ¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
    ¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
    Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila[2].



    Amigo, ¿seremos peatones? Poetas no somos, de eso estoy seguro. Nada me salva ahora. Calma la lluvia, una hora llevo aquí sentado, inmóvil, quieto. ¿Sabes? Antes de llegar a este Café-Internet recorrí estas calles del “doce” y me asombré al ver el decorado de estas paredes, todas tienen un mensaje agresivo, bélico. Todas incitan a la guerra. Hice un par de lecturas, cortas, pues los truenos fueron la antesala a este canalla aguacero. Mientras subía y subía y subía, leí un solo poema dos veces, uno que me gusta, creo que hice bien, pues una joven me hizo ir hasta una fotocopiadora para sacarle copia, le gustó. Te lo comparto, así corra el riesgo de que te guste, es de Sabines:


    Me dueles. Mansamente, insoportablemente, me dueles. Toma mi cabeza, córtame el cuello. Nada queda de mí después de este amor.
    Entre los escombros de mi alma búscame, escúchame. En algún sitio mi voz, sobreviviente, llama, pide tu asombro, tu iluminado silencio.
    Atravesando muros, atmósferas, edades, tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto) viene desde la muerte, desde antes del primer día que despertara al mundo.
    ¡Qué claridad tu rostro, qué ternura de luz ensimismada, qué dibujo de miel sobre hojas de agua!
    Amo tus ojos, amo, amo tus ojos. Soy como el hijo de tus ojos, como una gota de tus ojos soy. Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme, del suelo, de la sombra que pisas, del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños. Levántame. Porque he caído de tus manos y quiero vivir, vivir, vivir[3].



    Hoy no he hecho nada más que ver llover sobre Medellín, en un asiento de primera, me tocó ver desaparecer y aparecer a esta gran ciudad. Estoy tan impactado por todo lo que causo este aguacero, por todos los techos que vi volar, por todos los carros que vi besarse que no encuentro, esta semana, algo diferente que contarte… Perdóname amigo si te defraudo, pero ni la poesía, con toda su grandeza, me permite concentrarme en otras historias.
    “Espero curarme de ti” lluvia, en unos días. Voy a pagar mi café, la hora de Internet que debo y voy a casa a ver si el techo sigue allí en el mismo sitio donde lo dejé antes de venirme para acá.
    ¡Ah! Amigo, ¿ya conoces a Sabines? ¡No! Léelo.
    [1] Victor Heredia. Medellín.
    [2] Jaime Sabines, El peatón.
    [3] Jaime Sabines, Me dueles.