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  1. Los soldados del gobierno. Parte 1.

    lunes, 10 de noviembre de 2008

    En noviembre del 2002 realicé un viaje con mi familia paterna a Porce, Antioquia. Y salvo que conocí y me enamoré de Nanachavita, fue un viaje complicado y aburridor. Los recuerdos familiares no interesan con respecto a lo que quiero contar, pero los otros recuerdos si ¡y mucho! Hasta ese viaje no había visto a un “actor” del conflicto armado de mi país en vivo, siempre por las pantallas de televisión, en los noticieros nacionales e internacionales. Les tengo miedo, por supuesto. Le tengo miedo a cualquier ser humano con un arma en la mano. Confío en ellos muy poco, tanto como confío en los caballos, que no es del todo seguro que van a frenar cuando uno quiere, sino cuando ellos deseen.


    El viaje entre Porce y Medellín dura alrededor de tres o cuatro horas. Nuestro viaje duró once horas. Viajamos en el peor bus que había en la ciudad. ¡Que la llanta, que la gasolina, que otra llanta, que estamos muy lejos de un lugar que nos pueda ayudar, que esperen por favor a que vayamos por un repuesto y volvamos! Todo eso nos tocó pasar, normal en cualquier paseo familiar de los Cruz; pero lo que no es normal es que nos toque un reten paramilitar. No he experimentado vacío más grande que el que sentí al voltear a ver hacia la ventanilla y mirar muchos hombres bajarse de una cuatro por cuatro con brazaletes en sus brazos con las iniciales: AUC.


    Antes de salir, en Medellín, bromeaba con unos primos sobre qué hacer en ese caso, improbable, y recuerdo que ensayaba las poses de un joven con algún trauma. Volteaba las manos, la boca, la cabeza, hacia como si estuviese realmente enfermo y tuviera alguna parálisis cerebral. La actuación era perfecta. Pero al momento de ver esa camioneta repleta de los otros soldados del gobierno, ni se me pasó por la cabeza siquiera simular alguna enfermedad. Quedamos todos estupefactos. Supongo que hicieron lo “usual”, supongo: algunas preguntas de “rutina” al conductor; dos o tres tíos valientes que se bajan a conversar no se qué, para lograr no se qué; requisa a todos; algunos nombres; miradas con el ceño fruncido para intimidar, que se me antojaban tan ensayadas como mi parálisis. Hasta ahí todo tenebroso, pero no tan escalofriante como mirar con detalle hacia afuera y ver al borde derecho de la carretera dos cuerpos de campesinos hinchados por los golpes y con su respectivo tiro de gracia. Tirados ahí, como a su suerte, “que no es mucha” como diría Benedetti.


    Antes, dos días antes, cuando llegamos al pueblo, lo primero que nos recibió fue un reten militar, del militar oficial, el cual no varió mucho en la “rutina” del de las AUC, salvo por los muertos. El reten oficial era un reten permanente, lo grave es que el reten de los paramilitares fue a cinco minutos en bus, del oficial, en la Y El Mango. Alguien de El Salto, un pueblito que queda después de la represa de Porce II, subiendo el teleférico, me dijo que eso era normal. Que incluso tomaban juntos en las cantinas los soldados oficiales y los no oficiales. Que los soldados del Estado les dejaban todo el trabajo sucio a los soldados del gobierno.


    Era noviembre del 2002, con Álvaro Uribe a la cabeza, con el General Mario Montoya al frente de la IV Brigada, quien es la que tiene jurisdicción en esa zona.


  2. "Euridice". Un poema de Lucía Estrada.

    jueves, 6 de noviembre de 2008

    No dudes
    continúa el camino
          aun si en mi lugar
                                    escuchas
    un canto de serpientes

    acaso sea
    lo más verdadero

    lo más parecido
    a mi sombra
    que te alcanza.



  3. Pienso que...

    martes, 21 de octubre de 2008





    Mi mamá se enojó conmigo. Que esté enojada no es extraño, parece su estado natural, pero esta vez se enojó seriamente conmigo. Le dije que mi ética no me permitía seguir la cadena. Y entonces con una carcajada absurda reprochó mi ética. En realidad no creo que haya entendido sobre ética, lo cierto es que se burló de mí, por mi ética, aunque ella no entienda de esos temas. Esa burla, ingenua quizás, me hizo conciente de que soy conciente de mi ética. Que me importa el estado de ciertas cosas.

    Durante este octubre he pensado sobre lo público que nos hemos vuelto. ¡Que nos han vuelto!

    En mi bandeja de entrada de mi correo electrónico, un día después de la “publicitada” muerte del niño Santiago en Chía, las fotos que la Fiscalía General de la Nación, de Colombia, había tomado, ya estaban ahí puestas ocupando, “escalofriantemente”, un renglón, era el 3 de 8 correos que habían llegado. Miré hacía un lado, hacía el otro y de nuevo hacía el monitor, siempre fastidioso. La curiosidad me empezaba en la planta de los pies, me subía por la tibia, el estomago se me movía con desespero y las manos me empezaban a sudar. Pensaba en abrirlas o no. En eso se me iban esos segundos. Las abrí. Yo recibí 25 fotos, escuché a alguien decir que eran más, yo recibí 25, que ya eran muchas. Minimice la página, esperando que cargaran las fotos… Una lucecita naranja titilaba en la parte inferior del monitor, ya habían cargado. Mi mamá con esa virtud de estar siempre en el lugar indicado, parada detrás de mí, vio las fotos. Yo apenas me quedé en la segunda (los ojos de Santiago ya no eran azules). Maldije la muerte. Pensaba en lo salvaje que nos hemos vuelto.

    Mi mamá quería seguir la cadena. Me habló de un primo, de una prima, de una abuela, que ellos también querían ver las fotos (como si yo hubiese querido), querían saber cómo había quedado el niño. Me negué. Hablé de que no me gustaba prestarme para esas cosas. Que me parecía un abuso que esas fotos ya circularán por Internet, llegué a decir que los que vendieron esas fotos (personal de la Fiscalía General de la Nación, de Colombia) eran tan criminales como los mismos responsables de la muerte. Y por último apelé a mi ética. Esa noche, mi mamá se enojó conmigo. Ella creía tener, con ingenuidad, espero, el derecho de seguir multiplicando el mensaje.

    Durante este octubre he pensado sobre lo público que nos hemos vuelto. ¡Que nos han vuelto!

  4. De cuentos cortos...

    domingo, 6 de julio de 2008


    Ella tocó su brazo. Volteó. Miró sus ojos tan fijamente como le fue posible ante el inminente parpadeo. Sonrió. Su rostro, antaño triste, eternamente triste, sonrió. “es el amor” pensó.

    El aroma de los desparramados billetes en la mesa de noche del lado izquierdo de la cama la hizo girar de nuevo hacia su infinita tristeza.

  5. Ya ni los mensajes tienen magia....

    viernes, 18 de abril de 2008

    Hay diferentes maneras de sacarlo a uno de su cordura. Variadas formas. A mi por ejemplo, me desordena cuando me tratan de enredar para hacerme sentir culpable de algo que no he hecho. También me saca de quicio caminar en el centro de Medellín, entre las diez de la mañana y las dos de la tarde, por la exagerada contaminación que emana de los carros y las fabricas. Mi nariz me arde, desesperadamente. Me enchicha llegar a mi casa después de un extenuante día, y casi todos son iguales, y encontrar a mi mamá discutiendo porque mi hermana dejo caer una gotita de gaseosa en el mesón de la cocina. O porque grita como loca: “¡Johansson. Johanssooon. Johanssooooooooonnnnnnnn! Es que no escucha o qué. Que a comer”. Semejantes gritos para decirme simplemente que a comer.

    Ahora, para acabar de ajustar, diariamente me “embejuca”, me saca de casillas, los mil y un mensajitos de textos de Tigo. He preguntado a usuarios Comcel o Movistar y la única empresa mamona que no se cansa de enviar mensajes es Tigo. Que el día Tigo, que si envió un mensaje a tal número me dan otro montón más. Que hay boletas para el concierto X. Que si quiero un viaje, por ahí también lo puedo conseguir. Si a la operadora se le daño una uña, también coloca mensaje. Por todo colocan un bendito mensaje. Que pereza tanta mamera la de esta gente. Que falta de oficio.

    Antes, cuando sonaba el “piiii” anunciando que había entrado un mensaje de texto a tu celular, uno lo sacaba inmediatamente para revisar el mensaje. Porque era importante. De un amigo para una cervecita. Un te amo de la novia. Un “¿Dónde estas?” de la mamá. Alguna vaina. Pero ahora, cuando suena el “piiii” del mensajito, ya uno ni lo ve. Ya sabe que es de Tigo, o de 444 o de 5552, de alguna de esas jodas que han matado la magia que tenía el recibir mensajitos.

    No más mensajes innecesarios y pendejos de Tigo. Estoy mamado de borrarlos para que no se llene la memoria.

  6. Sigo opinando....

    miércoles, 9 de abril de 2008

    Es ridículo, muy ridículo, que el tema de los secuestrados, en primera instancia, y el tema Colombia, en segunda instancia, sea utilizado como caballito de batalla de los gobiernos que tienen dificultades internas. Chávez, el fantoche, el fastidioso “presidente” venezolano, para poder distraer a su gente de la crisis alimenticia y de corrupción política que tiene internamente, ha cogido a Colombia y sus maltratados, torturados e indefensos secuestrados, como bandera. Y le ha funcionado. Tiene una popularidad, en su país, casi igual a la de Uribe. Después Nicaragua, que se equivoco eligiendo un presidente que otrora fue corrupto y asesino, también tiene el temita colombiano entre palabra y palabra, para poder poner a su país en la agenda internacional, ya que por si solos no son capaces de hacerlo. No tiene mayor interés para el resto del mundo. Correa, quién desde su campaña presidencial había dicho que no consideraba a las Farc como terroristas, por fin sacó las garras, y ya es evidente que el tema colombiano y la incursión militar por parte del gobierno de Uribe a territorio “hermano”, son las mejores armas para distraer a su gente con respecto a las sospechosas relaciones de él con Reyes. Y nos va a tener en boca por mucho tiempo. Y creo que hasta que termine su mandato, no va a dejar esa mirada malvada y típica de boxeador gringo, que tuvo para con Uribe en la OEA. Después fue Nicolás Sarkozy, el farandulero presidente francés — y bueno, tal vez el de mejores intenciones— quién también se ha aprovechado del drama colombiano, de que hay una mitad colombiana y una mitad francesa entre los secuestrados. Y con eso ha ganado bastante popularidad en territorio latinoamericano, pues no le hacía falta en Europa, ya le basta el escándalo con la ex modelo Carla Bruni. Pero en esta parte del mundo, le hacía falta popularidad y ¡Oh fortuna! Ahí, a solas con su suerte, estaba el drama colombiano y él, inteligentemente, se volvió uno de los redentores. Y para más vergüenza con los maltratados secuestros, un nuevo país, con una nueva (bueno, vieja) crisis económica y social se ha adherido entre los redentores de Ingrid y todos los que ella representa. Cristina Fernández, la argentina, la misma que en la OEA se reía de los malos chistes de Chávez (quién no se ríe si el que dice ser la reencarnación de Bolívar invierte millones de dólares en el país más europeo del continente). En la marcha de los quince mil franceses en contra de la violencia en Colombia, apareció la Cristina, mojando prensa y avivando un nuevo frente latino para recuperar a los secuestros de la peligrosa selvas colombianas.

    Que horror que el tema de esta pobre gente que sufre muchísimo, sea el caballito de batalla y la curita que varios países utilizan para distraer sus propios problemas. Claro que hay que decir, que el primero en empezar esta impudicia, fue el mismo gobierno colombiano que lleva años indiferente frente al tema, y sólo sale a relucir como una cortina de humo cuando se acerca una hecatombe.

  7. (Paréntesis 2) Yo opino...

    lunes, 17 de marzo de 2008


    Cuestionado Max:

    No se, tal vez, tenemos la suerte de vivir en un país con una realidad escandalosa. A veces inimaginable, en ocasiones soportable y casi siempre dramática. Tenemos una realidad muy irreal. Colombia, este país de tu corazón y el mío, como bien lo decís, no ha dejado de estar en guerra un día. Llevamos años con las manos llenas de sangre. Tenés razón en ese sentido. Esa historia recae hoy más que nunca sobre nuestro tiempo. Nos persigue esa realidad mágica y cruel a cada uno de todos los que ha parido esta tierra. Somos victimas. Victimas de nuestra historia, de nuestro tiempo; victimas que nadie reparara ni recordara.

    Pero acá estamos, presenciando hechos y muertos y lágrimas y tecnología. Somos testigo de todo y todos. Por eso esta responsabilidad con las palabras. Otros han escogido ser testigos de otras formas, unas más nobles que las otras. Pero la manera como vos y yo escogimos ser combatientes de esta guerra es con la palabra, esperando, como en tu caso, la jubilación; si acaso te llegase.

    Pero tenemos esa responsabilidad, como otros las tienen con salir a luchar al frente de un coche o con una pala en la mano o un fonendoscopio al oído. Nosotros elegimos las palabras y tenemos que ser responsables con ellas. Por eso, y en medio de estos días fríos y tristes debo sentar mi posición frente a cuestionamientos tuyos. Me obligo a contradecirte.

    No concuerdo con vos en muchas cosas, eso esta bien, pero no puedo dejar pasar el hecho de expresarte el por qué no considero a las Farc como un grupo guerrillero, ni a las Farc ni a ningún otro grupo armado en Colombia.

    Ya he leído tus argumentos. Ya he leído varios textos anexos que sustentan tu pensamiento (por lo menos los contextualiza) pero aún así, no concuerdo con vos en dar reconocimiento de grupo guerrillero a las Farc, tan de boca de todos en estos últimos días.

    Concedamos que en la década del sesenta varios grupos guerrilleros se originaron en suelo colombiano. Pero ya nada queda de aquellos grupos que lucharon por la mejoría del pueblo en cuanto sus condiciones de vida. Reconozco de igual manera que aún, esas condiciones de vida no se han mejorado (eso es otra discusión). Pero a lo largo de los años, ya casi cincuenta, ninguno de estos grupos logro nada significativo a favor del pueblo que dicen defender, por el contrario lo han hostigado tanto y de tantas maneras que manifestaciones como las del 4F los rechazan de manera contundente y sin anuencias. Esa ideología se desdibujo con el tiempo. Por muchos factores, pero paradójicamente, fueron esas mismas ansias de poder contra las que combatían las que marcaron la ruptura definitiva entre el espíritu guerrillero de principios de los sesenta, hasta llegar a ese avaro desenfreno por el dinero de nuestros días.

    Ese solo argumento valdría para afirmar que no tenemos una revolución armada en Colombia, lo que tenemos es un conflicto armado contra un grupo insurgente que cometen actos para sembrar terror entre los ciudadanos. Que el Estado colombiano (y sé tu concepto de Estado, y es otra discusión) enfrenta un enemigo armado que trata de tomar el control de cierto territorio para poder controlar, lo que irónicamente, mejor se cultiva en estas tierras, la amapola, y por ende el negocio del narcotráfico que tanto mal le ha hecho al país. Es decir, no es una guerra con un interés social. Es una guerra con un interés meramente económico. Como lo es, por desgracia, también, casi todo en nuestro tiempo.

    Pero no se conforman con ello, con traicionar sus principios, sino que además cometen otros actos que lo único que logran es generar miedo y pavor entre los civiles (y no son los únicos, aunque tampoco eso los justifica) para hablar en términos del derecho internacional humanitario. Ni para vos ni para nadie es un secreto las cruentas tomas a pueblos sencillos, modestos y en ocasiones hasta olvidados. Bojaya era un pueblo “N” clavado en algún lugar de este país. Hoy lo conocemos por sus muertos. ¿Y quién se hace responsable de esos muertos?

    Sería un acto despreciable no conmoverse ante los relatos e imágenes de los secuestrados. De todos y cada uno de ellos. Aún los que no tienen nombre, los que la gran prensa de este país no ha visualizado (y eso también es otra discusión). Es decir, quiero seguir el foro, en ocasiones comparto tus conceptos acerca de la barbarie y crímenes que han cometido este gobierno y otros; pero lo que no puedo dejar pasar, mi apreciado Max, es tu posición ligera frente a estos grupos armados. Justificándolos.

    Habrán otras conversaciones y quedan abiertas varias, pero lo que quiero cerrar con esta carta, Gallinazo, y de manera tajante y casi herméticamente, no es sino el deseo de expresar que no tenemos en Colombia un problema de guerrillas, no en nuestro tiempo, sino un problema de grupos armados (y no me refiero exclusivamente a las Farc) que cometen actos de lesa humanidad movidos por el capricho del poder económico. Y por eso me tranquilizan noticias como la muerte de Raúl Reyes e Iván Ríos.

    No me alegra la muerte de estos campesinos que caen combatiendo en nombre de las Farc o ELN o AUC. También ellos son victimas. Me tranquilizan las muertes de los que se idearon toda esta locura, de los que ordenaban.

    Ahora si, después de explicado este punto, en buena hora, me arriesgo a otra conversación, de esas que quedan abiertas.

    Con admiración….

    Johansson Cruz Lopera

  8. Serie Miedos y Fobias

    jueves, 13 de marzo de 2008

    (2)
    Al futuro
    He de confesar que no he tenido una buena carrera. Que no he encarado de la mejor forma lo que elegí hacer ya hace unos cuantos años. Creo que para los que me conocen esto no es un misterio. No es un gran secreto. Soy un vago con intención. Sin vergüenza. Soy un vago porque en el fondo así siempre lo he querido. Estoy convencido que es un desperdicio entregarle tanto tiempo, de esto que llamamos vida, a la academia. Me parece un error sustancial. ¡Que desperdicio!

    Pero le tengo miedo al futuro. Un miedo escalofriante. Depresivo. Y sé que muchos le tienen miedo al futuro. Que es normal temerle, o bueno, eso dice todo el mundo.
    — tranquilo, mijo, eso es normal. Dicen mis tíos.
    — No hay problema con eso, hijo. Me abraza mi mamá.
    — Eso nos pasa a todos. Me lo dice la gente cercana con una palmadita, irritante, en la espalda, cuando les cuento, asustado, indefenso, que le tengo un miedo terrible (bueno, de por si que miedo no es terrible) al futuro.

    Y es que me consumo en una biblioteca, harto de hacer lo mismo. Un lugar —que paradoja— donde mi yo más profundo se siente incomodo, aburrido, incapaz de crear. Con la rutina que impone un sueldo y ciertos beneficios laborales. Soy un cobarde (bueno, los que me conocen, tampoco les sorprenderá esto) he debido, hace tiempo ya, tomar la decisión de renunciar a la vida fácil que da aquella de recibir un dinero semanal. ¡Qué compra ese dinero!

    Pero es que le temo al futuro. Le temo a un futuro incierto —que tonto, qué futuro no es incierto— pero le temo a eso que llamamos futuro.

    Le temo a un futuro alejado de todo lo que he ansiado ser. Le temo a un futuro lejos de vos Chavita. Le temo a un futuro lejos de ustedes, amigos. Temo a desperdiciar mi vida en ser un número más. Un afiliado más a una EPS. Ser un cotizante más. Un beneficiario más. Un empleado más. Un usuario más. Un cliente más… un muerto más.

    Que tenebroso eso de pensar en el futuro.

  9. (Paréntesis) Yo opino...

    martes, 26 de febrero de 2008

    1

    Por estos días se despide un “grande”. Un “maestro”. Los medios de comunicación, radiales, televisivos y la prensa escrita le han dedicado amplios espacios a la despedida de uno de los protagonistas de este circo. Y es que lo viene haciendo desde hace tiempo. Al mejor estilo del circo de barrio, Cesar Rincón lleva más de dos años rebuznando que se va a retirar, como si fuera gran cosa. Gracias Rincón. Por retirarse, por irse de los ruedos, por dejar de asesinar, aunque dejás de asesinar en público, porque seguís criando a toros para las futuras faenas. Que triste historia esa de tu fama a costa del miedo que tienen los toros a la hora de enfrentar a gente como vos. ¡Y como no va ser fácil! Si antes de enfrentarse, en contra de su voluntad, a asesinos como vos, ya lo han torturado bastante, ya llega sangrante ante ustedes. ¡Cobarde! Gracias, Rincón, cirquero inútil de gente estúpida.




    2

    Tengo un blog. Eso no es gran cosa. Realmente no es importante tener un blog, pero tengo uno. Y digo lo que quiero. Escribo lo que quiero. Podría decir, con pruebas, que el señor presidente de esta Colombia tiene vínculos paramilitares. Eso lo podría decir, pero como me faltan pruebas, no puedo afirmarlo, aunque lo creo. Pero digo lo que quiero. Tengo acceso a Internet. A miles de medios de comunicación en el mundo. Puedo leer a Oppenheimer, a Obdulio, a Londoño, Gaviria (del Polo) y Faciolince. Puedo leer de izquierda a derecha y viceversa. Soy de cierta manera libre. Políticamente libre. Intelectualmente libre. Por el poder que me da esta voluntad, he de expresar la satisfacción que me da la renuncia de Fidel en Cuba. Aunque me duelen dos cosas, la primera, que el parlamento cubano no aprovechó esta oportunidad para dar un viraje a la historia triste de esta Cuba; y la segunda, que al igual que Pinoche, la hipócrita muerte salvara a Castro de lo que tiene que pagar en vida.

  10. Serie Miedos y Fobias...

    martes, 19 de febrero de 2008


    ( 1 ) Perros


    ( 1.1 ) Ratas

    — Cerebro ¿qué haremos esta noche?
    — Lo mismo de siempre Pinky. ¡Tratar de conquistar el mundo!

    En casa de mi abuela, hubo un tiempo en el que las ratas se apoderaron del sótano. Eran los tiempos en los que yo vivía con ella. Los roedores, por más trucos que mi abuela se inventaba o recordaba, también de su abuela, no desaparecían y se multiplicaban de una manera escandalosa. Era un problema de salud pública, que los vecinos del barrio no tenían por enterado.

    Después de frustrados intentos por hacer desaparecer aquellos incómodos visitantes, por aquello del buen nombre, y, a decir verdad, por aquello de la salud, nos toco armarnos de valor y formar un grupo anti-ratas con especialidad en torturas de roedores. El grupo lo conformábamos tres personas — paradójicamente, los supuestos valientes de la familia no estaban entre ese grupo — Andrés, el primo vago; Chelo, la tía política; y yo, el otro inquilino incomodo.

    Al principio fue difícil. La primera estrategia fue colocar nuestras armadas — palos de escoba — cerca de la puerta de acceso al sótano, prestos a cualquier grito de mi abuela o el de algún otro habitante que encontrábamos montados en una que otra silla o en el corredor o afuera en la acera esperando a que el grupo anti-ratas — es decir, nosotros — actuáramos cual grupo de bomberos ante una situación de emergencia. Salíamos como fuese, descalzos, en calzoncillos o en la pinta más dominguera.

    Con palos en la mano, comenzábamos a dar golpes de un lado a otro, hasta tratar de matar alguna rata. Algo no estaba funcionando, pues en tan sólo dos meses logramos matar 4 miserables roedores, y de los pequeños, es decir, de los inexpertos. Faltaba matar a los gordos, a las cabezas de todas estas invasiones.

    Pero esas fueron apenas pequeñas batallas que perdíamos, porque al final terminamos ganando la guerra. Con técnicas de alto espionaje anti-ratas esa jauría de molestos animales empezó a desaparecer. ¡Lo empezamos a desaparecer! Era tanto nuestro éxito, que nuestros servicios siguieron en casas de tíos y amigos de la familia, convirtiéndonos en asesinos sin sueldo.

    ( 1.2 ) Cucarachas

    Al ritmo de la inocencia que me daban los escasos siete años que tenía, terminé con una botella de cerveza en la mano y en ella, aparte de la famosa agüita amarilla, también se encontraban, ebrias, dos cucarachas insípidas. Me las tragué, sin problemas, en el primer sorbo. No sé, si deba aclararlo, pero acabé en urgencias del Hospital La María con una sonda dentro de la boca — aún me sabe a sangre — tratando de vomitar a las criaturas aquellas que se encontraban nadando dentro de la botella de cerveza que se encontraba en el rincón más paupérrimo de la casa.

    Desde ese día he pisoteado, lanzado, torturado y exterminado varias cucarachas. Cuando se aparecen por la pared y el grito desesperante de mi hermana interrumpe el bullicio cotidiano de mi casa, salgo cual Clark Ken a convertirme y salvar a mi indefensa hermana de este monstruo salvaje. Me divierte, en cierta medida, jugar a matar cucarachas y ratas. Porque nos invaden.

    De todos en familia, soy el único que no salto o grito o corro cuando un animal de estos urbanos aparece en escena. ¡Soy un valiente!

    ( 2 ) Perros

    Pero confieso que le tengo miedo al más domestico de todos los animales: El Perro.

    Sí, esta bien, quién no le tiene miedo a un Pitbull o a un Doberman furioso. Pero mi miedo va más allá. Sufro de perrofobia. Tiemblo cuando me encuentro de frente con un perrito o un perro o un perrote. Sufro, sudo, titubeo. En cada uno de esos episodios me acuerdo del poeta Greiff “juegos mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida”.

    Cuando tenía nueve años y jugaba un emocionante partido de fútbol en el parqueadero cerca de la casa de mi abuela, en el barrio Alfonso López, por allá en la 91ª de ésta Medellín; uno de esos partidos de suma resistencia, de tres, cuatro, cinco horas, de veinte, treinta goles, donde el hambre y la sed no existían — en uno de esos partidos — un canino negro, sin raza conocida, mugriento y harapiento, apareció cual fantasma en medio del lugar y todos, despavoridos, corrían hacía un sitio seguro. Yo me quedé atónito. Quieto. Sembrado en ese lugar. Quería correr, lo juro, pero las piernas se me revelaron. No se movían.

    Los desgraciados colmillos de aquel perro, de no muy pronunciada estatura, estaban clavados en mi glúteo izquierdo. Duró una eternidad pegado de mi culito. No alcancé a llorar, a gritar, a respirar. No alcancé a sentir. Imagino que lo mismo sucede cuando a uno le disparan. Uno no tiene tiempo de nada.

    De nuevo el Hospital La María me acogió y me curó. Duré meses sin poderme sentar cómodamente. Las clases las tenía que ver con una nalguita al aire. Y desde ese día, cada vez que veo los dientes, así sea del más miserable de los perros, tiemblo, sudo y se me pasa por la mente el único recuerdo que tengo de aquellos nueve años.

    Ese perro pegado en mi trasero.

  11. Un punto chiquito... dentro de otro.

    miércoles, 13 de febrero de 2008


    Una amiga viajó el año pasado a Brasil. En el hostal de mochileros al que llegó, se encontró con un británico, mono, alto, de ojos azules, de gran pecho, de manos firmes, y otro montón de cosas que ella describe mientras sus ojos se desorbitan. Cosas de mujeres. Ella, al contarnos esta historia mientras comíamos un delicioso ajiaco en casa de un amigo en común, nos decía con un pedazo de tristeza y otro de asombro, que el susodicho, del cual no me acuerdo el nombre pero que muy seguramente terminará en th, no sabía donde quedaba Colombia. Ella, como buena mujer caribeña, pues se lanzó tras la presa, y ¡oh sorpresa! Cuando el galán británico dice que no sabe donde queda Colombia. Que pocas veces en la vida a escuchado de este país, hermoso. Ella no le creyó. Pero se tomó muy a pecho el trabajo de explicárselo y enseñárselo, tanto, que el tipo terminó enamorado del poder de la mujer colombiana. Nosotros, por supuesto, al sabor del buen plato bogotano, tampoco le creímos mucho al europeo. Pero es que suena ridículo, que en este mundo tan globalizado nadie conozca o haya escuchado hablar de Colombia.

    Hace poco, en la biblioteca en la que trabajo, llegó un sudafricano, también mono y alto y empezó, sorprendido, hablar de las maravillas de Medellín. Con una sonrisita como medio ridícula y medio ofensiva, dice que él pensaba que Colombia era una selva. Que era una gran selva. Después de esas dos situaciones, me tocó reflexionar y desprenderme de ese patriotismo bobo que tengo por mi país y pensar que en realidad somos un punto muy ínfimo dentro de este monstruo de mundo.

    Y es que pienso, que lo más valioso de la marcha del pasado 4 de febrero fue que, como pocas veces a pasado, Colombia fue importante para el mundo. O bueno, para una parte considerable del planeta tierra. Que ese sólido y único grito, NO MAS FARC, fue escuchado con atención en muchas partes del mundo. Eso es lo valioso. Eso fue lo que más me emocionó al ver en la televisión esas ciudades. Que la bandera tricolor se hacía notar, así sea por una vez en la vida.

    Pensaba en lo locos que estaban en Europa, en algunas partes, al pensar que las Farc eran realmente el ejercito del pueblo. Que eran nuestros liberadores. No podía pensar cómo era posible semejante aberración. Pero con lo del sudafricano y el británico, pues ya ni los culpo. Bueno, algún día nos cansaremos de verdad de esta maldita guerra.

  12. Buen viento y buena mar....

    miércoles, 2 de enero de 2008











    Los Amigos.
    Se fueron los amigos,
    Se los llevó la vida
    La implacable,
    Casi juntos,
    Como desprende el viento
    Las hojas del otoño
    En una sola ráfaga.

    Se los llevo la vida deshaciendo
    En un instante aquella
    Tejedura de horas, días, años,
    En los que nunca faltó el sol,
    En los que todo
    Podía ser verdad,
    Hasta los sueños.

    De cuanto fuera mío
    En ese entonces
    Nada queda.
    El encuentro de las manos,
    Las palabras gozosas,
    La alegría
    De ser cómplices una y otra vez
    En el hallazgo
    De la belleza,
    No son ahora más que lampos
    Fugaces en la noche.

    Se fueron los amigos
    Y el corazón se me llenó
    De ausencias,
    Como esos puertos de los que
    Se alejan
    Para siempre los barcos.

    Meira Delmar


  13. Y quién se invento esas cosas de las despedidas. Eso del abrazo, del dolorcito chiquitico que le da a uno por dentro, en ese no se qué, que tenemos dentro. Eso de las lágrimas. Eso de ver como se alejan los carros, o los aviones, o el cuerpo mismo, por ese camino sin retorno o con un retorno incierto. ¡Esa vaina duele, compadre! De ver como la vida se lleva los amigos. Esos amores indescriptibles. Esos seres que uno les confía todo y se lo llevan todo.

    ¡No! Me revelo. No me gustan las despedidas. No las soporto. Siempre que estoy próximo a una, me extravío. Me nublo. No se que carajos hacer. Sólo quiero desaparecer y no ver ni al despedido o la despedida. ¡Es que esa joda duele, mi hermano!

    Porque eso de dar todo y recibirlo todo. Esa manía de acumular recuerdos y sonrisas y abrazos y miradas y noches y días y enojos y…. Eso de vivirlo todo y después ese todo para. Desaparece. ¡Stop! No. Me revelo. No me gustan las despedidas. Me duelen.

    ¡Carajo. Sí, me duelen, y qué!