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  1. Los soldados del gobierno. Parte 1.

    lunes, 10 de noviembre de 2008

    En noviembre del 2002 realicé un viaje con mi familia paterna a Porce, Antioquia. Y salvo que conocí y me enamoré de Nanachavita, fue un viaje complicado y aburridor. Los recuerdos familiares no interesan con respecto a lo que quiero contar, pero los otros recuerdos si ¡y mucho! Hasta ese viaje no había visto a un “actor” del conflicto armado de mi país en vivo, siempre por las pantallas de televisión, en los noticieros nacionales e internacionales. Les tengo miedo, por supuesto. Le tengo miedo a cualquier ser humano con un arma en la mano. Confío en ellos muy poco, tanto como confío en los caballos, que no es del todo seguro que van a frenar cuando uno quiere, sino cuando ellos deseen.


    El viaje entre Porce y Medellín dura alrededor de tres o cuatro horas. Nuestro viaje duró once horas. Viajamos en el peor bus que había en la ciudad. ¡Que la llanta, que la gasolina, que otra llanta, que estamos muy lejos de un lugar que nos pueda ayudar, que esperen por favor a que vayamos por un repuesto y volvamos! Todo eso nos tocó pasar, normal en cualquier paseo familiar de los Cruz; pero lo que no es normal es que nos toque un reten paramilitar. No he experimentado vacío más grande que el que sentí al voltear a ver hacia la ventanilla y mirar muchos hombres bajarse de una cuatro por cuatro con brazaletes en sus brazos con las iniciales: AUC.


    Antes de salir, en Medellín, bromeaba con unos primos sobre qué hacer en ese caso, improbable, y recuerdo que ensayaba las poses de un joven con algún trauma. Volteaba las manos, la boca, la cabeza, hacia como si estuviese realmente enfermo y tuviera alguna parálisis cerebral. La actuación era perfecta. Pero al momento de ver esa camioneta repleta de los otros soldados del gobierno, ni se me pasó por la cabeza siquiera simular alguna enfermedad. Quedamos todos estupefactos. Supongo que hicieron lo “usual”, supongo: algunas preguntas de “rutina” al conductor; dos o tres tíos valientes que se bajan a conversar no se qué, para lograr no se qué; requisa a todos; algunos nombres; miradas con el ceño fruncido para intimidar, que se me antojaban tan ensayadas como mi parálisis. Hasta ahí todo tenebroso, pero no tan escalofriante como mirar con detalle hacia afuera y ver al borde derecho de la carretera dos cuerpos de campesinos hinchados por los golpes y con su respectivo tiro de gracia. Tirados ahí, como a su suerte, “que no es mucha” como diría Benedetti.


    Antes, dos días antes, cuando llegamos al pueblo, lo primero que nos recibió fue un reten militar, del militar oficial, el cual no varió mucho en la “rutina” del de las AUC, salvo por los muertos. El reten oficial era un reten permanente, lo grave es que el reten de los paramilitares fue a cinco minutos en bus, del oficial, en la Y El Mango. Alguien de El Salto, un pueblito que queda después de la represa de Porce II, subiendo el teleférico, me dijo que eso era normal. Que incluso tomaban juntos en las cantinas los soldados oficiales y los no oficiales. Que los soldados del Estado les dejaban todo el trabajo sucio a los soldados del gobierno.


    Era noviembre del 2002, con Álvaro Uribe a la cabeza, con el General Mario Montoya al frente de la IV Brigada, quien es la que tiene jurisdicción en esa zona.


  2. "Euridice". Un poema de Lucía Estrada.

    jueves, 6 de noviembre de 2008

    No dudes
    continúa el camino
          aun si en mi lugar
                                    escuchas
    un canto de serpientes

    acaso sea
    lo más verdadero

    lo más parecido
    a mi sombra
    que te alcanza.