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  1. Dulce

    sábado, 3 de enero de 2009

    Un cuento de Leonardo Muñoz, un buen amigo costeño...


    Pronto te levantarás y dejarás el puesto de mi lado vacío. Presionarás el timbre de este bus. Y yo quedaré en silencio. Fingiré que no me daré cuenta de tu partida. Me acomodaré la falda. Miraré a través de la ventana, cómo a lo lejos la tarde se está yendo.

    Me acaricio las manos. Me gusta pasar la yema de mi dedo índice en esta sortija. Mientras la froto, pienso que te he llamado la atención. Y me miras. He dejado mis pálidas manos sobre esta falda violeta.

    Miro a través de la ventana. Paso mi mano sobre mi cabello, me quito la hebilla, lo peino con mis dedos, otra vez me pongo la hebilla. Te miro y eres de piel clara, cabello negro, corto. Tu ceja derecha tiene un débil camino que la separa. Y esos labios tuyos. Gruesos. Como henchidos de algo. Miro tus labios. Mi desconocido, será bonito recordarte por tu boca, cuando ya no estés. Imagino que tu mano toca mi mentón y la punta de tu dedo recorre el borde de mi boca. Imagino que tu boca está cerca. Más cerca. Puedo sentir tu respiración. Cálida. Y esos labios tuyos, se entreabren para encontrarse con los míos. Tus labios tienen un sabor como de durazno tierno. Un durazno que se deshace con un mordisco. Lento. Sigues besándome, mi desconocido.

    El tiempo es lento. Cierro mis ojos. Abro mis ojos. Todavía estás sentado a mi lado. De repente te levantas del puesto. Extiendes tu brazo para presionar el timbre. El bus se detiene. La puerta se abre. Veo que la cruzas. Imagino que disimulas no mirarme. Que mientes como yo. Las puertas se cierran. Y yo me quedo con un sabor extraño sin nombre en mi boca. Me paso mi lengua y ese sabor me ha hecho sonrojar.