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  1. Minicrónicas...

    jueves, 26 de noviembre de 2009

    1. “¿Nos vamos en el mismo taxi?” Dijo él. “¿Por qué no?” Contestó ella. En el transcurso, una Bogotá congestionada ambientó el camino, él no dijo una palabra, ella terminó de vomitar sus últimos reclamos, de exigir sus últimas explicaciones, de encontrar otra respuesta. “Acá me quedó yo” “Oscar eee…” el sonido seco de la puerta trasera del lado derecho del taxi Atos, ahogó, el que fuese el último reclamo. “¿Para donde vamos señorita?” Preguntó el viejo conductor. Ella, con una punzante tristeza, contestó: “A la Soledad, por favor”.

    2. Él leyó: “Florentino Ariza sonrió, trató de decir algo, trató de seguirla, pero ella lo borró de su vida con un gesto de la mano. ­–No, por favor –le dijo–. Olvídelo. Esa tarde, mientras su padre dormía la siesta, le mandó con Gala Placida una carta de dos líneas: Hoy, al verlo, me di cuenta que lo nuestro no es más que una ilusión”. Concluyó ¡con tanta pasión! que ella envidió la determinación de Fermina Daza. Una lágrima derramó. Y el silencio de la biblioteca se vio invadido por su expresión: “Uuuuuyyyyyy, parce, ¡que bonito!”.

    3. El salón de clases no soporta más calor. Ellos dos hablan y hablan y leen y vuelven a hablar. Preguntan. Pocos responden. Ellos vuelven a hablar. Uno sobre su deseo frustrado de conocer a Alma, el otro con una mirada afirmando que “sí, es genial” conocer a Alma. Todos en silencio. Hablan y vuelven a leer. El mismo con el deseo frustrado, habla de epitafios y un pueblo y muertos. El otro, con una sonrisa, bastante contenida, de pronto reacciona: “¡Si, si, esa crónica la escribí yo!” Hablando también de muertos. El calor permanece como un alumno más en el salón.

    4. “Gas, que imagen tan fea” alcanza a susurrar ella, evitando que la escucharan. La imagen es tan fea, tan fea, que inclusive ella sigue mirando el adefesio. “Pero mirá hombre, que hijueputa imagen tan fea” insiste ella. Él no voltea a mirar. “No parce, no parce, que imagen…” y se queda en un largo suspiro. No más remedio, él voltea a mirar. “¡Eso es! Son simplemente unas tangas mal ubicadas” dice él volviendo sus ojos al libro.

  2. ¡¡¡Nanachavita!!!

    viernes, 13 de noviembre de 2009

    Este es un manifiesto de alegría. 
    Es decirle a usted, mujer, que sus ojos me atraen profundamente, tan profunda es la fijación, como tan profunda es su mirada. Tan reveladora. 
    Que su cabello me gusta ¡Me gusta mucho! Esa libertad que ha adquirido me seduce.
     Que sus manos ¡Sus manos! Sus manos, mujer, me fascinan. Delgadas manos, suaves manos, beligerantes manos. 
    Que la curva de sus orejas me trasnochan y su olor me atonta. 
    Que sus senos, pequeños, perfectos, delicados ¡sublimes cumbres! Me excitan, me embelesan.
     Que su voz me embriaga. 
    Y su mera presencia me hace trémulo, idiota.... 
    Que la amo mujer. 
                                                                                  Que usted es el nombre de mi felicidad.