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  1. Ver llover...

    viernes, 28 de septiembre de 2007



    A Marcel René Gutiérrez

    Amigo, desde donde estoy, la ciudad se ve hermosa. Plena, quieta, amplia, loca y asombrosamente libre. Me tomo un café, de esos que a vos te gustan, dobles. El frió es penetrante, me llega hasta el tuétano. ¿Te acuerdas que desde hace varias semanas te he escrito que en Medellín llueve con violencia? Hoy la lluvia es diferente. Soy un buen amigo de ese concierto maravilloso que producen las gotas cuando golpean plenamente contra el asfalto, me libera, me siento alegre. Hoy tengo miedo, llueve con furia, con rabia, con un instinto criminal, asesino. Desde donde estoy, en lo alto de una montaña – de esas que rodean nuestro valle y que ahora son barrios – llamada, extrañamente, doce de octubre, la ciudad ya no se ve. Desapareció de mis ojos hace unos minutos. La niebla se robó mi ciudad. “No llores ciudad bonita, no sientas pena…”[1]

    Estoy asustado. La lluvia no da respiro, he perdido esta tarde de trabajo. ¿Te acuerdas que te conté de un amigo especial, que me acompaña desde hace poco en mi trabajo? El poeta, Jaime Sabines. Hoy me hace compañía. Pero estoy solo. Afuera, en estas faldudas calles, los carros se golpean unos a otros, si vieras el beso que se acaban de dar dos carros pequeños contra un bus. Yo creo que ganó el Renault 4. Los pocos curiosos que hay en las calles – siempre los hay – van a ser los primeros jueces de esa competencia, aunque Jorge, el que me sirvió el café doble, dice que el último juez es el azul, el guarda. Dudo mucho que se aparezca uno de ellos por estas alturas y con esta feroz lluvia. Abajo en el centro de esta ciudad las cosas no creo que estén mejor.

    Pero mientras espero, mientras veo impotente como este despiadado aguacero levanta techos y mueve de un lado a otro – como en son de burla – a los árboles; leo a Sabines. Necesito calmar el temor que tengo, no confío mucho en los frenos de un bus en estas circunstancias. Un sorbo de café y un párrafo del mexicano:


    Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
    Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
    Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
    ¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
    ¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
    Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila[2].



    Amigo, ¿seremos peatones? Poetas no somos, de eso estoy seguro. Nada me salva ahora. Calma la lluvia, una hora llevo aquí sentado, inmóvil, quieto. ¿Sabes? Antes de llegar a este Café-Internet recorrí estas calles del “doce” y me asombré al ver el decorado de estas paredes, todas tienen un mensaje agresivo, bélico. Todas incitan a la guerra. Hice un par de lecturas, cortas, pues los truenos fueron la antesala a este canalla aguacero. Mientras subía y subía y subía, leí un solo poema dos veces, uno que me gusta, creo que hice bien, pues una joven me hizo ir hasta una fotocopiadora para sacarle copia, le gustó. Te lo comparto, así corra el riesgo de que te guste, es de Sabines:


    Me dueles. Mansamente, insoportablemente, me dueles. Toma mi cabeza, córtame el cuello. Nada queda de mí después de este amor.
    Entre los escombros de mi alma búscame, escúchame. En algún sitio mi voz, sobreviviente, llama, pide tu asombro, tu iluminado silencio.
    Atravesando muros, atmósferas, edades, tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto) viene desde la muerte, desde antes del primer día que despertara al mundo.
    ¡Qué claridad tu rostro, qué ternura de luz ensimismada, qué dibujo de miel sobre hojas de agua!
    Amo tus ojos, amo, amo tus ojos. Soy como el hijo de tus ojos, como una gota de tus ojos soy. Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme, del suelo, de la sombra que pisas, del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños. Levántame. Porque he caído de tus manos y quiero vivir, vivir, vivir[3].



    Hoy no he hecho nada más que ver llover sobre Medellín, en un asiento de primera, me tocó ver desaparecer y aparecer a esta gran ciudad. Estoy tan impactado por todo lo que causo este aguacero, por todos los techos que vi volar, por todos los carros que vi besarse que no encuentro, esta semana, algo diferente que contarte… Perdóname amigo si te defraudo, pero ni la poesía, con toda su grandeza, me permite concentrarme en otras historias.
    “Espero curarme de ti” lluvia, en unos días. Voy a pagar mi café, la hora de Internet que debo y voy a casa a ver si el techo sigue allí en el mismo sitio donde lo dejé antes de venirme para acá.
    ¡Ah! Amigo, ¿ya conoces a Sabines? ¡No! Léelo.
    [1] Victor Heredia. Medellín.
    [2] Jaime Sabines, El peatón.
    [3] Jaime Sabines, Me dueles.