Rss Feed
  1. ...

    miércoles, 2 de septiembre de 2009

    Sofía…

    No te preocupes más. La batalla ha terminado. Después de todo, aún seguimos con vida. Mañana será un nuevo día, aunque más esperanzador, pues se nos ha informado que no nos moveremos de esta zona. Acá estamos seguros. Estamos en la parte alta de la montaña y difícilmente llegarán los Goleros. Hoy tuve uno muy cerca, a tiro, pero no fui capaz de dispararle. Era un niño, sus ojos eran profundamente tristes. Siempre pensé en esa oportunidad, de tener tan sólo a uno en frente, siempre soñé ese disparo. Me he preparado durante meses para no fallar. Pero era un niño y el odio con el que salí del batallón, se transformó de inmediato en piedad, en angustia. Se veía tan indefenso. Me pregunté cuántas vidas habrá quitado su arma. Creo que ninguna. ¡Quiero pensar que ninguna! Los dedos se entumecen por el frío de esta selva. Escribirte esta carta me cuesta la vida. Tengo hambre, sueño, me quiero bañar. Pero me consume también estas ganas de contarte mi estado. Ramírez, un soldado profesional de más de siete años, es mi lanza más cercano. Vive pendiente de mí todo el día. Me aconseja sobre cada peligro. Él conoce bien esta selva. Estos primeros meses de profesional no han sido del todo satisfactorios. Ahora me cuestiono el hecho de ser profesional, en algo que no profesionaliza a nadie, que antes lo aturde, lo destruye. Pero la guerra no acaba. Los Goleros siguen con su paso de miseria y dolor y muertos y destrucción. Tengo que hacerlo, debo seguir atado a esta guerra vieja y miserable. No puedo vivir en la ciudad, de oficina en oficina, enciendo la televisión y escuchar sobre muertos y hacer de ese conteo absurdo algo más de mi cotidianidad. No me resisto a ello. Tengo que estar acá, con mi vida. Sofía, mi Sofía, dirás que soy un egoísta y que vos también mereces mi vida. Sé que lo has pensado y ese dolor no es menor al que me causó esta mañana los ojos de un niño viendo morir a su padre en un Hospital de Angosta. La bala que lo mató era de los Goleros. Llegamos tarde. Pero tu recuerdo y el de un futuro juntos, todas las noches me torturan, no me lo logro sacar de mi cabeza. Por eso te escribo esta carta, Sofía hermosa, para que te enterés de mí, para que tratés de entender un poco de todo el dolor que me produce el mundo, y para que me esperés. Sé que soy un egoísta ¡lo sé! Pero no puedo hacer nada diferente, no sería feliz, a pesar de vos, en la ciudad, conforme. La decisión es tuya, siempre lo ha sido. Te acordás, Sofí, cuando nos conocimos. De esas conversaciones largas por teléfono acerca del estado de este país y de lo conformes que éramos entonces. Pues bien, ahora ya no son solo conversaciones, ahora esto es real, la vida es real…. Y a mí me asignaron un mal sitio para vivirla.