
El destino es así, por fortuna. Hoy soy un lector. Voy por los barrios cercanos al parque biblioteca La Quintana, cercana al barrio donde me crié, buscando gente que me escuche un cuento o un poema o el fragmento de un canto de Bécquer o de Neruda. Me la paso por las calles de la zona Noroccidental de la ciudad de Medellín motivando a jóvenes, niños, adultos y ancianos a que lean. Mi arma son unas hojas empastadas que un loco como Mejía Vallejo, Sabines, Neruda, Beneddetti, Balzac, Joyce, Carrasquilla etc., escribieron hace ya tiempo, sin saber que yo, Johansson, nacido en Medellín y aficionado a la lectura, los utilizaría como escudo para evitar el contagio de la ignorancia, el vacío intelectual y la mala educación de nuestra gente.
Mi trabajo es hermoso. La costumbre es ley y ya de a poco se me acerca la gente y me pregunta qué les voy a leer hoy. En el parque lineal La Quintana la gente me ve y sabe que tengo algo grato que regalarles y se sientan a esperar que mi voz sea el instrumento para conocer la canción desesperada de Neruda o los amorosos de Sabines o las historias de don Manuel Mejía Vallejo.
“Gracias por alegrarnos la tarde”, me dicen los viejos; “qué cuento tan vacano”, contestan los jóvenes; “qué poema tan hermoso”, suspiran las mamás; “qué trabajo tan bonito el que hace usted, joven”, me dicen los papás.
Ya no vivo en Castilla, mi barrio es otro alejado de donde me crié, pero volver y de esta manera, con mis amigos los libros y ver la cara de la gente reír o asombrarse cada vez que termino de leerles y actuarles el cuento, es una de las cosas gratificantes de estos últimos tiempos.