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  1. Un punto chiquito... dentro de otro.

    miércoles, 13 de febrero de 2008


    Una amiga viajó el año pasado a Brasil. En el hostal de mochileros al que llegó, se encontró con un británico, mono, alto, de ojos azules, de gran pecho, de manos firmes, y otro montón de cosas que ella describe mientras sus ojos se desorbitan. Cosas de mujeres. Ella, al contarnos esta historia mientras comíamos un delicioso ajiaco en casa de un amigo en común, nos decía con un pedazo de tristeza y otro de asombro, que el susodicho, del cual no me acuerdo el nombre pero que muy seguramente terminará en th, no sabía donde quedaba Colombia. Ella, como buena mujer caribeña, pues se lanzó tras la presa, y ¡oh sorpresa! Cuando el galán británico dice que no sabe donde queda Colombia. Que pocas veces en la vida a escuchado de este país, hermoso. Ella no le creyó. Pero se tomó muy a pecho el trabajo de explicárselo y enseñárselo, tanto, que el tipo terminó enamorado del poder de la mujer colombiana. Nosotros, por supuesto, al sabor del buen plato bogotano, tampoco le creímos mucho al europeo. Pero es que suena ridículo, que en este mundo tan globalizado nadie conozca o haya escuchado hablar de Colombia.

    Hace poco, en la biblioteca en la que trabajo, llegó un sudafricano, también mono y alto y empezó, sorprendido, hablar de las maravillas de Medellín. Con una sonrisita como medio ridícula y medio ofensiva, dice que él pensaba que Colombia era una selva. Que era una gran selva. Después de esas dos situaciones, me tocó reflexionar y desprenderme de ese patriotismo bobo que tengo por mi país y pensar que en realidad somos un punto muy ínfimo dentro de este monstruo de mundo.

    Y es que pienso, que lo más valioso de la marcha del pasado 4 de febrero fue que, como pocas veces a pasado, Colombia fue importante para el mundo. O bueno, para una parte considerable del planeta tierra. Que ese sólido y único grito, NO MAS FARC, fue escuchado con atención en muchas partes del mundo. Eso es lo valioso. Eso fue lo que más me emocionó al ver en la televisión esas ciudades. Que la bandera tricolor se hacía notar, así sea por una vez en la vida.

    Pensaba en lo locos que estaban en Europa, en algunas partes, al pensar que las Farc eran realmente el ejercito del pueblo. Que eran nuestros liberadores. No podía pensar cómo era posible semejante aberración. Pero con lo del sudafricano y el británico, pues ya ni los culpo. Bueno, algún día nos cansaremos de verdad de esta maldita guerra.