Rss Feed
  1. ¿Cuál reflejo de la realidad?

    miércoles, 29 de abril de 2009

    A Jhon Jairo Aguiar

    El que hacer del periodismo cambio sustancialmente desde que en 1887 dos jóvenes tomaron la riendas de dos importantes diarios estadounidenses, Joseph Pulitzer, con el New York World, y William Randolph Hearst con el San Francisco Examiner. La historia del periodismo se partió para siempre desde aquel hecho. Cambio en su que hacer diario, en su estilo. Se empezó a hablar de ética en el oficio. Se empezó a hablar de sensacionalismo. Fueron tan importantes, ambos periódicos, que incluso provocaron la guerra Hispano-estadounidense, entre España y los Estados Unidos, en 1898, gracias a las crónicas que reporteros de ambos periódicos enviaban desde la isla de Cuba. Esta guerra supuso el nacimiento de Norteamérica como potencia mundial. Pero también supuso el nacimiento de los corresponsales, y la reafirmación de los cronistas y talentosos de la literatura en el periodismo como oficio. 

    Pero otra transformación, lejos de los estilos y contenidos y formatos, estaba teniendo lugar en aquella década del ochenta de aquel mil ochocientos. Nacían las empresas de comunicación. Las guerras, más allá de ser perversas y de dejar nefastas consecuencias en la historia de la humanidad, también sirven para potenciar un avance o modificar por completo una sociedad. El periodismo se transformó y de que manera, “gracias” a la lucha feroz y descomunal que Pulitzer y Hearst tenían por conquistar nuevos lectores, lo cual significaba más ingresos. En el fondo, esta transformación positiva del periodismo, este progreso, no fue más que consecuencia de una lucha económica y de poder de estos dos hombres. Tanta era la influencia de ambos, que lograron enfrascar a un país, su natal Norteamérica, en una guerra, lo que significa que intervinieron en la realidad y la historia de su país, y lo que es mucho más significativo, de varios países en su momento. 

    Hoy, la historia no es diferente. Muchos medios de comunicación, enfrascados en su ambición económica, mueven algunos de los hilos de la humanidad según el mejor postor del día. Es sólo que ahora hay un problema mucho mayor; el escenario ya no es sólo aquel país del norte de gran extensión geográfica: ¡No! El escenario es mucho más grande. Marshall McLuhan nos hablaba en la década del sesenta, de una “aldea global” de la información, lo cual significaba, como efectivamente lo es, una globalización de la información y por ende una unión de las culturas del mundo. Pero esta “aldea global” puede revertir su fin, dado que por consecuencia de ese fenómeno mediático de la globalización, los medios de comunicación están incidiendo más en las transformaciones de esas sociedades que forman parte de la aldea, es decir, de la humanidad. Victoria Camps al referirse a esta intromisión del poder mediático, nos previene de manera dramática al decir que “los medios de comunicación no reflejan la realidad, la construyen”. Y tiene razón, los individuos no hablan y piensan de lo que ellos quieren hablar, ellos razonan en función de los temas y aspectos que el medio de comunicación quiere que hablen. Y esto, desde cualquier lógica, es escabroso. Porque el problema en realidad no es que la opinión pública gire entorno a temas que los medios han agenciado; el problema radica, que quién maneja esa agenda, que alimenta la opinión pública, son los poderosos grupos económicos que están detrás de ese medio. Esto significa, que estamos pensando entorno a los temas que le interesan al grupo económico. Cómo dice Donald Shaw en su teoría de la Agenda Setting: “la gente tiende a incluir o a excluir de sus propios conocimientos lo que los medios incluyen o excluyen de su propio contenido”. En este sentido Victoria Camps hace una reflexión entorno al papel que juega el individuo como receptor al expresar que “el espectador no es un ciudadano, sino un consumidor visto desde la prensa” lo cual cambia por completo la generalidad del individuo como ser pensante y autónomo. 

    Ryszard Kapuscinski con relación al poder económico detrás de los medios, en su texto ¿Reflejan los media la realidad del mundo? Dice: “Hoy todo ha cambiado. El precio de la información depende de la demanda, del interés que suscita. Lo que prima es la venta. Una información será juzgada sin valor si no consigue interesar a un público amplio. El descubrimiento del aspecto mercantil de la información ha motivado la afluencia del gran capital hacia los media. Los periodistas idealistas, esos dulces soñadores en búsqueda de la verdad que antes dirigían los periódicos, han sido reemplazados, a menudo, a la cabeza de las empresas, por hombres de negocios”. 

    Ahora, el tema es realmente grave. No es una información limpia, imparcial, y en muchos casos real la que esta transformando las sociedades, es una información manipulada, que no reflejan la realidad de la sociedad, entre otras cosas por que los medios de comunicación no alcanzan a cubrir, en un formato, todos los acontecimientos noticiosos que genera una sociedad; ese no es un problema que haya que imputársele a los medios, es imposible lograr cubrir todas las noticias que se suscitan, el problema es que en el poco tiempo o espacio que tienen para informar, prefieren utilizarlo en otras cosas de interés particular, “¿Los media reflejan el mundo? Digamos que de manera muy superficial y fragmentaria. Se concentran en las visitas presidenciales o los atentados terroristas; e incluso esos temas parecen interesarles menos”, en palabras de Kapuscinski.

    Los periodistas
    ¿Y cuál es el papel que tienen los periodistas en esta maquinaria comercial? La respuesta a esta pregunta tiene dos aspectos: la vocación o la subsistencia. Ese dilema envuelve cada vez más a los periodistas que envueltos en esta “aldea global” de la información trabajan horas y horas y horas, como bellamente lo expresa Juan José Hoyos: “Nuestro trabajo diario está lleno de verdades frágiles que casi nunca sobreviven más de un día. Pensamos que conocemos muchos lugares y mucha gente porque hemos viajado a muchas partes. Al final comprendemos que sólo hemos conocido ascensores, pasillos y habitaciones de hoteles, salas de espera de aeropuertos, restaurantes, estadios y auditorios donde se realizan congresos, partidos de fútbol y ruedas de prensa.
    Cuando hablo con un colega que está físicamente sin aliento, cansado de viajar y de no ver a sus hijos —esos pobres muchachos a los que damos lo poco que nos queda después de que el trabajo se lleva lo mejor de nosotros—, y a punto de un colapso emocional por la sobrecarga de trabajo, el stress y la velocidad, yo me pregunto: ¿vale la pena?
    Entonces pienso: somos trabajadores de la información en una sociedad que se ha autonombrado sociedad de la información… ¡Y a veces no nos queda tiempo ni siquiera para leer el periódico o ver el noticiero de televisión!” 
    Y entonces ¿vale la pena? O la pregunta es ¿de qué se vive? A esos dilemas se enfrentan a diario los miles de periodistas que trabajan en el mundo. Somos los primeros sacrificados en este guerra terrible del poder mediático. Kapuscinski lo advierte “La ignorancia de los enviados especiales sobre los acontecimientos que están encargados de describir es, a veces, sorprendente. Cuando las huelgas de Gdansk, en agosto de 1981, que dieron nacimiento al sindicato Solidarnosc, la mitad de los periodistas extranjeros llegados a Polonia a cubrir el acontecimiento no podían situar Gdansk (el antiguo Dantzig) en un mapa. Aún sabían menos sobre Ruanda cuando las masacres de 1994: la mayor parte de ellos pisaban por primera vez el continente africano y habían desembarcado directamente en el aeropuerto de Kigali, en aviones fletados por la ONU, sabiendo apenas dónde se encontraban. Casi todos ignoraban las causas y las razones del conflicto. Pero el defecto no es culpa de los reporteros. Ellos son las primeras víctimas de la arrogancia de sus patronos, de los grupos mediáticos y de las grandes redes de televisión. "¿Qué más me pueden exigir? —Me decía recientemente el camarógrafo del equipo de una gran cadena de televisión estadounidense—. En una semana he tenido que filmar en cinco países de tres continentes distintos". 

    S.O.S
    Hay que prender las alarmas, hay que sentar la voz de auxilio frente a este monstruo de la globalización y mercantilización de la información. La información, según el artículo 20 de la constitución política de Colombia, es un bien público, que no se mercadea, que debe ser imparcial. Y eso hoy no es así, es muy diferente. La información se convirtió en una mercancía que se compra o se vende al mejor postor o a beneficio del mejor postor. 

    Los medios tienen un poder casi exclusivo, y es el de contar, el de formar. “Hoy, la pequeña pantalla es la nueva (y prácticamente la única) fuente de la historia, destilando la versión concebida y desarrollada por la televisión. Mientras que el acceso a los documentos sigue siendo difícil, la versión que difunde la televisión, incompetente e ignorante, se impone sin que podamos cuestionarla” sentencia Kapuscinski. 

    Los medios de comunicación no reflejan la sociedad, si acaso una porción ínfima de ella. Ahora el trabajo está, como lo expresa Victoria Camps, en que “debería ser una preocupación desde la ética conseguir que los medios asuman responsabilidad por la innegable influencia que ejercen en la sociedad”.