Rss Feed
  1. Mi abuelo fue amigo de Michael Jackson

    viernes, 26 de junio de 2009

    ¿Sabía usted que Michael Jackson vivió en el barrio Alfonso López de Medellín?

    Sí, y fue amigo de mi abuelo. Ángel Cruz se llamaba el viejo. Pequeño, panzón, de tez morena y cabello blanco. Su bigote —eterno— era parecido al de Cantinflas, escaso y del mismo color del cabello. Tendría yo siete u ocho años cuando él llegó a la casa con un LP del entonces rey del pop. ¡Un señor de cincuenta y cuatro años con un disco de Jackson! “Me lo regaló mi amigo Michael cuando estuvo aquí en Colombia”, decía con la misma seguridad con que sostenía el disco en la mano. Mi abuelo, ¿amigo de Michael Jackson? ¡Ja, cosa más loca!
    Fue zapatero, hippie, rockero y hasta político; eso sí, aficionado, pues apoyaba cuanto candidato aparecía. Según mi abuela, él hizo política con Héctor Abad Gómez, César Pérez, Iván Restrepo y hasta con el mismísimo Alfonso López Michelsen quien fuera después presidente de la República. De este último fue que se sacó el nombre del barrio que él fundó —en compañía de otras personas— en los años sesenta: barrio Alfonso López, ubicado al noroccidente de Medellín.

    Mi nombre es…

    Él sabía el nombre de todos en la familia —o bueno, de casi todos—, los pronunciaba con fluidez y seguridad, parecía que su mente fuera inoxidable. Marina, Concha, Luis… Todos, menos el mío. Jamás le escuché decir mi nombre. Nunca, y dudo mucho que lo supiera; y en el caso remoto de que así fuera dudo aún más, por cuestión práctica, que fuera capaz de pronunciarlo. No lo culpo ¿quién pronuncia este nombre que me define si desde el principio se copió mal en la notaría? Aparece, Jhonjanzon Cruz. Inclusive fue difícil pronunciarlo para mis maestras de primaria.

    El viejo utilizaba dos palabras simples e insignificantes para llamarme: Hey, pelaíto, tráigame una bolsita de leche; oiga niño, sáqueme una galleta; pelaíto que la masa pa‘ las arepas, niño que el ponquecito. Jamás se dirigió a mí con mi nombre, ni siquiera intentó pronunciarlo.
    Me hubiese gustado presentarme, pues parece que nadie le dijo como me llamaba: Mucho gusto, mi nombre es Johansson Cruz, hijo de Carmenza y de Virgilio su hijo, y además tengo algo especial: soy su nieto.

    ¡Qué historias!

    Para mi abuelo, el decir mentiras era una profesión que ejercía con toda la disciplina del caso. Disciplina conveniente, pues lo mantenía con una lucidez impecable. Cada vez que nos sentábamos a ver televisión, en el único televisor de la casa, y aparecía un rockero o un hippie con el cabello largo y desordenado, él empezaba a contar sus historias juveniles y aseguraba haber sido como los “mechudos” que aparecían en la TV. No pagaba el impuesto predial, pues según él cada vez que llegaba a pagarlos le decían “no Ángel, cómo le vamos a recibir la plata, tranquilo, usted es amigo de nosotros no se preocupe”… Inclusive llegué a sospechar que mi abuelo era el mejor amigo de Medellín, pues no le cobraban impuestos, fue el único en la ciudad que en los noventa conoció a Michael Jackson, en persona y además, como para rematar, era amigo de todos los ladrones. Cada vez que le “robaban” el dinero y las joyas llegaba cabizbajo y enmudecido, pero a los ocho días entraba a la casa sonriente y alegre con los anillos y el reloj, pues según él, el ladrón se había enterado quién era Ángel Cruz y lo había buscado para entregárselos. Era mi héroe, la máxima expresión de valentía que había conocido. ¡Qué cuento de superman o de Batman! Para mí, mi abuelo.

    Recuerdo las innumerables pastillas que tomaba en el día para el par de enfermedades que sufría, artritis y diabetes. El kilométrico amarillo que siempre se colgaba en el bolsillo de las camisas junto a sus papeles. Su mirada ingenua y tierna. Me acuerdo que lo quise, pues lo sé hoy que me hace falta y lo supe en el momento exacto en que su ataúd empezó a descender a la tumba. Lo lloré tanto.

    Murió el viernes trece de agosto de mil novecientos noventa y tres, de un edema pulmonar, a las siete en punto de la noche. Murió en el taxi que lo transportaba hacia el hospital.

    Publicado en EL PEQUEÑO PERIÓDICO No. 69, Medellín, s005