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  1. Pienso que...

    martes, 21 de octubre de 2008





    Mi mamá se enojó conmigo. Que esté enojada no es extraño, parece su estado natural, pero esta vez se enojó seriamente conmigo. Le dije que mi ética no me permitía seguir la cadena. Y entonces con una carcajada absurda reprochó mi ética. En realidad no creo que haya entendido sobre ética, lo cierto es que se burló de mí, por mi ética, aunque ella no entienda de esos temas. Esa burla, ingenua quizás, me hizo conciente de que soy conciente de mi ética. Que me importa el estado de ciertas cosas.

    Durante este octubre he pensado sobre lo público que nos hemos vuelto. ¡Que nos han vuelto!

    En mi bandeja de entrada de mi correo electrónico, un día después de la “publicitada” muerte del niño Santiago en Chía, las fotos que la Fiscalía General de la Nación, de Colombia, había tomado, ya estaban ahí puestas ocupando, “escalofriantemente”, un renglón, era el 3 de 8 correos que habían llegado. Miré hacía un lado, hacía el otro y de nuevo hacía el monitor, siempre fastidioso. La curiosidad me empezaba en la planta de los pies, me subía por la tibia, el estomago se me movía con desespero y las manos me empezaban a sudar. Pensaba en abrirlas o no. En eso se me iban esos segundos. Las abrí. Yo recibí 25 fotos, escuché a alguien decir que eran más, yo recibí 25, que ya eran muchas. Minimice la página, esperando que cargaran las fotos… Una lucecita naranja titilaba en la parte inferior del monitor, ya habían cargado. Mi mamá con esa virtud de estar siempre en el lugar indicado, parada detrás de mí, vio las fotos. Yo apenas me quedé en la segunda (los ojos de Santiago ya no eran azules). Maldije la muerte. Pensaba en lo salvaje que nos hemos vuelto.

    Mi mamá quería seguir la cadena. Me habló de un primo, de una prima, de una abuela, que ellos también querían ver las fotos (como si yo hubiese querido), querían saber cómo había quedado el niño. Me negué. Hablé de que no me gustaba prestarme para esas cosas. Que me parecía un abuso que esas fotos ya circularán por Internet, llegué a decir que los que vendieron esas fotos (personal de la Fiscalía General de la Nación, de Colombia) eran tan criminales como los mismos responsables de la muerte. Y por último apelé a mi ética. Esa noche, mi mamá se enojó conmigo. Ella creía tener, con ingenuidad, espero, el derecho de seguir multiplicando el mensaje.

    Durante este octubre he pensado sobre lo público que nos hemos vuelto. ¡Que nos han vuelto!